Son dos las dimensiones principales por las que la fotografía requiere un área de estudios al interior de la carrera de Artes. Por un lado, por su capacidad de producir imágenes que ameritan, por peso propio, ser tema de análisis. Y por otro lado, por la conmoción y cambios que provocó desde su origen en el universo de las artes visuales. Esta distinción es, claro, de índole analítica y responde mejor a las concepciones decimonónica y moderna del arte que a la contemporánea, donde tanto el lugar central de la fotografía como la transmedialidad en la que confluye junto a otros medios y técnicas, no hacen más que confirmar su importancia en la esfera de las artes visuales y otras. Su condición de registro análogo de la realidad visible, y de imagen técnica materializada -en general- en un negativo y reproductible ad infinitum hacen a su especificidad -un concepto central de la cultura moderna-. Pero a partir de los años ’60 y ‘70, el valor intrínseco de la imagen y de sus propiedades formales dejaron lugar a la consideración sobre sus usos y funcionamiento en los diversos campos de comunicación social, y entonces la serie, la copia, la intertextualidad fueron modos propios de la fotografía que resultaron fundamentales para pensar las artes. Al interior de la compleja escena del campo artístico y en sus vinculaciones con el contexto histórico, social y cultural, la fotografía requiere ser abordada, entonces, en su doble vertiente de imagen y de objeto teórico-conceptual.